jueves, 2 de junio de 2011

LA PLAZA DE LA MÚSICA




La Plaza de la Música. Historias de Amianto.

Una pelicula de Juanmi Gutierrez

Origen de una película

Nuestra madre murió hace treinta años. Le diagnosticaron inicialmente un cáncer de pulmón. Fueron 14 meses de un sufrimiento atroz hasta que, en sus últimos momentos, el diagnóstico cambió y se convirtió en mesotelioma pleural maligno.
Para nosotros, sus hijos, fue un período de angustia y dolor difíciles de superar. El tiempo y la distancia lograron mitigar la pesadilla pasada, hasta que un buen día de enero de este mismo año 2010 una persona experta en amianto nos anunciaba que nuestra madre había sido víctima de la inhalación de fibras de amianto producidas por la fábrica PAISA de Rentería que trabajaba con ese material.
Ahora bien, ella no trabajaba en dicha empresa, era ama de casa. Ocurría, sin embargo, que teníamos como a unos 10 metros de la casa familiar un ventilador — yo, era pequeño y lo recuerdo como gigantesco— que lanzaba a la calle el maldito polvo.

La noticia de que la muerte de nuestra madre tenía culpable fue un impacto emocional importante que me llevó a hacer una película sobre el tema. Para mí las palabras amianto, asbesto y mesotelioma eran totalmente desconocidas, como lo era la existencia de otras muchas víctimas de este producto tan tóxico. Mi hermano y yo mismo comenzamos a investigar sobre las características de este mineral verdadero protagonista del desarrollo industrial en las décadas de los 40, 50 y 60; era incombustible, aislante perfecto, ligero de peso e inclusive barato. El material perfecto para la construcción, las industrias de la automoción, construcción de barcos, trenes o aviones y el material soñado para la industria siderúrgica.

Lo que nadie suponía era que la inhalación de sus fibras producía varias patologías a cual más dañinas y letales: la asbestosis que produce insuficiencia respiratoria y a más temida y devastadora, el mesotelioma de pleura, verdadera sentencia de muerte, acompañada de una tortura que ni los más sofisticados sistemas paliativos de hoy en día consiguen mitigar.

El asesino de las mil caras

Al impacto emocional personal sucedió un largo y apasionante viaje a través del mundo en busca de los rastros de este asesino de las mil caras: la gente del barrio donde vivíamos, los trabajadores y las víctimas por amianto en la industria puntera guipuzcoana (CAF, Cementos Rezola, Patricio Etxeberria, Renfe, La Naval, Vitorio Luzuriaga, Uralita y los miles de edificios todavía hoy repletos de amianto). Las víctimas se agolpaban a mi alrededor. Me convertí en el humilde espacio de una película, en el testigo de tanto sufrimiento inocente.

Pero al mismo tiempo fui testigo de la lucha de estas gentes, lucha para que no se olvidara su presencia, lucha para delimitar responsabilidades, para conseguir indemnizaciones, para abrir los ojos de la opinión pública para conocer la peligrosidad de este material que todavía se encuentra cerca de nosotros, agazapado en nuestras casas, fabricas o lugares de ocio.

El viaje era largo; mi círculo de conocimiento cada vez era más amplio. Recalé en unos Estados Unidos o Europa conscientes desde tiempos remotos —impensables en España, siempre con retraso con respecto al primer mundo— de la peligrosidad de este material.

De la India a Rentería

Concluí mi periplo, para gran asombro mío, en la playas de la India donde se desguazan hoy los navíos occidentales, forrados de amianto que ningún europeo quiere desguazar por miedo al amianto que contienen. Mi capacidad de sorpresa creció al constatar el inmenso cinismo e inmoralidad que supone que el capitalismo salvaje, propietario de las minas de amianto del primer mundo, siga vendiendo al tercer mundo la producción del material cancerígeno que ya no consigue colocar en los países de nuestro entorno que lo han prohibido radicalmente.

Viaje apasionante que concluye, replegándose sobre sí mismo, en la soledad de La Plaza de la Música de Rentería, el solar donde antes se levantaba la fábrica que emitía el polvo de amianto. La fábrica cerró sus puertas en 1975, pero no dejó únicamente un solar vacío y desolado, sino millones de agujillas asesinas que treinta o cuarenta años más tarde iban a sembrar el dolor y la muerte.

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